Un Adiós a nuestro Padre José Schevernels
Nuestro Padre José Schevernels
No es común que una comunidad sea bendecida con la presencia de alguien extraño a la misma y que, con el discurrir del tiempo, esa persona se convierta en el ejemplo de valores a seguir, a imitar.
También es extraño, que ese mismo personaje aparezca poco después de que una sociedad haya sido golpeada por un desastre de tremendas dimensiones, como lo fue el terremoto que sacudió a Caracas y al Litoral Central y que, luego, haya tenido que marcharse, atribulado por enfermedades, al poco tiempo de que otra tragedia, de dimensiones colosales, se cerniese sobre la atribulada población del hoy Estado Vargas.
Su arribo a esta tierra, su estadía y su partida estuvieron signados por una marca indeleble que sólo los hombres de buena voluntad pueden acopiar en su intelecto y su corazón: total desprendimiento, abnegada dedicación hacia los más necesitados y desprotegidos, espíritu conciliatorio y catequizador, creatividad ilimitada, sin mezquindad, unificadores y, sobre todo, amorosos. Todo esto, reunido en un ser especial, fue lo que nuestra parroquia, lo que Caurimare y Chuao, tuvieron el privilegio de disfrutar y compartir. Ese pujante y bondadoso hombre fue el Padre José Schevernels, oriundo de la lejana Bélgica y chuanse de corazón. El Padre José era tan chuanse que su correo electrónico era jose.de.chuao@cantv.net.
El sacerdote convertido en hombre, el hombre ungido como sacerdote, el ciudadano brindando ejemplo, el hacedor convirtiendo las migajas y las maravillosas limosnas y contribuciones en obras envidiables, trascendentales, imperecederas. Allí tenemos todo lo que sembró y cultivó sin llevarse nada a cambio, sólo el respeto, agradecimiento y amor de sus conciudadanos, de sus feligreses, de sus amigos, de los niños, de los desamparados, de los jóvenes ávidos de educación y cariño, de las parejas desunidas, de los adictos excluidos y sin esperanzas, de los enfermos, de los lectores sin libro, de los huérfanos, de la juventud ansiosa por conocer la naturaleza y las oficinas de Dios.
La presencia de este hombre maravilloso en este rincón de Caracas, que estuvo acompañado de otros seres no menos significativos que él, como los Padres Leo, Juan y Luis, permitió estructurar, sobre bases sólidas, lo que podríamos considerar como el gentilicio religioso, católico, de Chuao y sus alrededores, creando una parroquia sin fisuras espirituales, sólida como la roca que se forma después de juntar las mejores semillas de arena que el tiempo va reuniendo y fraguando en esa orilla de soledad en la cual se convierten algunas sociedades hoy en día.
José Schevernels, ese hombre de los Países Bajos que elevó nuestra parroquia a este sitial que no debemos perder, acaba de partir a su otra morada, a la que alegre y enamoradamente le estaba esperando y desde donde podrá contemplar, orgulloso y pleno de satisfacción, esas dunas desperdigadas que encontró a su llegada a nuestra patria, reunidas hoy aquí brindándole un postrer adiós, un saludo, un hasta pronto, un homenaje, no sólo a él sino a su obra, al simple hecho de tenernos aquí congregados consolidando lo que, desinteresadamente, nos legó.
¿Qué podemos, tangiblemente, mencionar acerca de la obra que este maravilloso ser humano construyó o edificó durante su permanencia en nuestro terruño? La revista Tercer Mundo, esos inolvidables pergaminos que buscaban crear conciencia cristiana entre los parroquianos para que conocieran al Divino Salvador y que se preocuparan por el prójimo. Lamentablemente, ese vocero de la Iglesia y de la comunidad dejó de ser editado después de un contratiempo provocado por malas interpretaciones del mensaje que pretendía llevar a los parroquianos y sus vecinos, especialmente, después de aquella portada donde mostraba a un niño pobre, con la leyenda: “En este momento alguien tiene hambre…quizás tú tienes su porción”.
Lamentablemente, después de casi treinta años, vemos como esta situación no ha mejorado. También, tenemos, lo que sería la continuación de esa revista, Iglesia y Vida, la cual, los domingos, penetra hasta nuestros hogares intentando llevar la palabra de Dios a los que se quedaron somnolientos en casa y a aquellos que todavía andan descarriados. Familia y Sociedad, Movimiento sin Nombre, Encuentros Conyugales, Asociación de Alcohólicos Anónimos, Padres sin Parejas, Club de la Tercera Edad, Encuentros de Hijos e Hijas, integración y ayuda a los que sufren la enfermedad de Alzheimer, patinatas, excursiones, almacenes de artículos deportivos. Obviamente, el Padre José y sus colaboradores más cercanos, se desbordaron en el desarrollo de obras y gestiones para beneficio de nuestra comunidad. Siempre tuvo a su alrededor gente feliz de poder compartir y ayudarlo en cada idea que propusiera para convertirla en el éxito de muchos, de todos, sin distinción. La comunión entre el Padre José y su comunidad fue perfecta, fue un intercambio libre y mutuo de amor y trabajo.
El Padre José fue el Gütenberg de Chuao, formación que transmitió a los muchachos de la Escuela Técnica Don Bosco, el promotor de “fiestas de trajes”, lo que ahora llamamos “fiestas country”, o sea, contribuye con algo, fue el armonizador entre las parejas disparejas, el que mantuvo abstemio a más de uno que intentaba alzar la copa para brindar por la vida cuando, más bien, estaba a punto de perder la vida por el vicio, el promotor de eventos deportivos, de excursiones, de misas de aguinaldos; fue una especie de Indiana Jones con sotana, digno de un film para reconfortar cuerpo y alma.
Cuando se despidió de la gente que tanto había querido, escribió un “farewell” dando Gracias a todos, a la providencia, a esta Tierra de Gracia. Sus palabras: “Es mi sincera intención no olvidar a nadie; en todo caso, agradezco a cada persona en particular de todo corazón”, resume su bondad y agradecimiento, su elevado espíritu.
Hace 41 años el Padre José y el Padre Leo llegaron por La Guaira llenos de sueños y expectativas; hoy, podemos estar felices de estrechar las manos del Padre Leo, de recibir sus bendiciones, sus consejos, verlo marchar raudo en su moto a hacer tantas diligencias, incluyendo las compras y verduras en el mercadito de Asochuao; ahora, celebremos por la vida del Padre José, no lloremos su pérdida; grandes hombres como él viven en los corazones de quienes le recuerdan, continúan sus obras y siguen su ejemplo de amor y del tesón que lo distinguió por ver las obras en marcha o culminadas. Celebremos todos por haberlo conocido, por haber disfrutado su compañía y compartido sus proyectos en este viaje que es la vida.
Dios lo bendiga.
En Chuao, 3 de marzo de 2.009, en una tarde llena de luz y de esperanza.
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